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La casa de Amarica.

Ante la pérdida de espacios culturales públicos en Gasteiz.
La casa de Amárica.

Permanecemos ensimismados ante el fulgor de una nueva época, el tiempo se escapa digitalmente sin percatarnos de que se empiezan a apagar pequeñas luces del panorama cultural mantenidas con esfuerzo durante años. El resplandor de proyectos “para un nuevo siglo”, empaquetados lujosamente y servidos con argumentos mercantiles “de manual”, eclipsan iniciativas y recursos de acceso público o autogestionados, e imposibilitan un trato directo con el usuario, dificultando la creación de un público crítico, a la vez que cercenan poco a poco las posibilidades de desarrollo de un tejido creativo local que pueda entrar en diálogo con otras “localidades” del fenómeno “glocal”. En Gasteiz, el asedio por parte del Ayuntamiento a un gastetxe activo y eficaz como nunca antes lo había sido (y con la bendición del mismísimo José Angel Cuerda), y el decreto de cierre de la Sala Amárica (con la coartada del Artium) son, aunque de modo muy diferente, datos de la imposición de un sistema que desprecia la imaginación porque la entiende como peligrosa, un capítulo más del espectáculo homogeneizante al que asistimos perplejos, como insignificantes ciudadanos.

Síntomas.
En "El avance de la insignificancia", Cornelius Castoriadis, filósofo, psicoanalista y pensador de la sociedad, describe el aumento de esta sensación en la sociedad contemporánea y entre sus características constata un “derrumbamiento de la autorepresentación de la sociedad”. Castoriadis explica en una entrevista realizada por Jean Liberman y publicada en le Nouveau Politis 434, número de marzo de 1997, cómo según su modo de ver ninguna sociedad puede perdurar sin crear una representación del mundo y, en ese mundo, de ella misma.
Así ha sido históricamente y sin embargo este argumento, dice, no es válido para el hombre contemporáneo: “Éste no cree más en el progreso, excepto en el progreso estrechamente técnico, y no posee ningún proyecto político. Si se piensa a sí mismo, se ve como una brizna de paja sobre la ola de la Historia, y a su sociedad como una nave a la deriva”.
Esta misma sensación de desprendimiento se adivina de modo global en todo lo tocante a las responsabilidades de las administraciones para con el pensamiento y las artes, y algo así se ha dejado sentir en esta ciudad (“tan local”) ante las circunstancias que vienen dándose en la política cultural. Insignificancia, derrumbamiento de la representación, abiertamente convertida en deriva crónica por efecto de una administración que ningunea nuestros referentes socioculturales. La preocupante desactivación del panorama asociativo de los artistas, que siempre se mantuvo en un plano indeterminado y en un limbo irreal, es también responsable de la situación. Autocrítica también por tanto en este extremo…
Pero algo parece moverse en algunas iniciativas que empieza a cobrar forma, y que suponen la expresión del sentir crítico de una importante representación ciudadana que reclama opinión y participación en los temas que le afectan.

La casa del pintor.
La memoria de la ciudad todavía recuerda cómo el pintor Fernando de Amárica, (1866-1956), dejó en testamento su céntrica casa y sus jardines para el disfrute del pueblo de Gasteiz. Una voluntad que la especulación inmobiliaria de los años 60 dejó en el olvido con el beneplácito de la oligarquía local. Años más tarde en la plaza que lleva el nombre del ilustre artista, la entonces Asociación de Artistas Alaveses promovió y consiguió de un modo heroico la puesta en marcha de la que hasta ahora ha sido emblema del arte de vanguardia en nuestra ciudad, la Sala Amárica. Hoy es el día en el que a través de los aireados argumentos sobre la supuesta bondad de una gran infraestructura como es el Artium, del que se sabe poco más que sus metros cuadrados, se quiere limpiar de un plumazo la referencia de este espacio, una conquista de los propios artistas y verdadero germen de la colección de arte contemporáneo que ahora tanto se celebra. Germen de dicho patrimonio y germen también de una sensibilidad social por dicho patrimonio, lo que supone decir personas, ciudadanos y contribuyentes.

Lavarse las manos.
En realidad, la idea de señalar a la fundación Artium como centro focalizador del arte contemporáneo para Araba no esconde otra cosa que la dejación por parte de la Administración de su deber de actualizar ideario, presupuestos y recursos destinados a las nuevas prácticas del arte. Es el caso de la Anual Amárica, de la que no se tiene noticia y que peligra seriamente tras permanecer ivernada durante años. En manos de la fundación Artium, y perdido el contacto público con el incómodo ámbito artístico, se continúan aplicando, como reflejo de los tiempos que corren, modelos neoliberales que servirán para facilitar el camino a las labores de “privatización conceptual” del arte. Toda una liberación para quienes identifican el arte con el “mercado del arte” y con el “arte espectáculo”, y se escandalizan con prácticas artísticas que muestran un desnudo en un escaparate o en un kiosko de prensa. Toda una liberación para aquellos gobernantes que no entienden como suyas las responsabilidades sobre una política cultural que sea capaz de adecuarse al momento presente.

Modos de hacer.
Ante la situación concreta, ante la coyuntura actual y ante la necesidad de adecuar reacciones y respuestas, quizá sea momento para un nuevo territorio de creación, un esfuerzo pendiente para la comunidad artística. La publicación “Modos de hacer, arte crítico, esfera pública y acción directa”, un proyecto editorial independiente, (de Ediciones Universidad de Salamanca), incluye una serie de textos referidos a un amplio espectro de actividades artísticas y políticas que proponen un interesante debate sobre la búsqueda de nuevas coordenadas para la acción –sea ésta asumida o no explícitamente como artística- sobre el medio social, reflejando prácticas con tendencia al desplazamiento y que evitan quedar constreñidas dentro de los campos de producción cultural prefijados. La cita de Alexander Kluge y Oskar Negt que abre esta publicación, y que nos permitimos recetar a la vista del diagnostico, ha de servirnos como primer “input”:
“La creación de nuevos conceptos es producto del esfuerzo colectivo (y no de decisiones meramente individuales). Si las situaciones históricas cambian realmente, surgirán nuevas palabras de acuerdo con las nuevas circunstancias”.

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